Tras un año en silencio he decidido publicar esta carta, es el testimonio de mi despido hace ahora más de un año... agradecería muchísimo que la leyerais, y aún más que la compartierais y la hicierais llegar al máximo público posible. Yo por mi parte la he enviado a medios de comunicación, tanto locales como estatales... Muchas gracias.
PORQUE YO NO VUELVO.
Hola, me llamo Rubén,
tengo 29 años y soy licenciado en Bellas Artes. Hace un año, el día de los
Santos Inocentes, con casi siete años de contrato indefinido en una estación de
servicio CEPSA en Mataró, después de casi un mes entre rumores al estilo de las
verdulerías y siendo yo el último en saberlo, me dijeron que me echaban al
acabar el año. La razón fue que tenían que recortar
un puesto; afirmaban que no tenían
nada contra mí y simplemente se limitaron a decirme con bonitas palabras “te
ha tocado”. Si me hubiera tocado sin
más, lo habría aceptado y hoy no existiría esta carta.
Todo fue muy
sospechoso, y fue muy evidente que se trataba de un caso de suplantación: básicamente
porque mi puesto no era el que
sobraba. Lo que querían era no echar a
otra persona que les interesaba más, la cual su puesto era precisamente el
que había que eliminar, y la pusieron en
mi lugar. Lo siguiente también fue extraño: mi despido era improcedente
pero quisieron que firmara una hoja, como certificado de despido, en la que se
enumeraban de manera persecutoria un
listado de malas acciones que yo había cometido durante las dos semanas
anteriores al despido. Quien la hubiese leído habría pensado que era el peor
trabajador de la empresa; firmar esa burla me
sentenciaba; que yo sepa, “improcedente” y “procedente” no significan lo
mismo, aquí y en Pekín. Bajo presión y amenaza de aplazar mi indemnización y de
que se pensarían lo de volver a contar conmigo si en un futuro hubiera una
vacante si no devolvía ese documento firmado antes de dos días, me limité a ir
a una abogada para que leyera esa carta y me informase si era legal. Pronto mi
jefe apareció con otra carta, la cual sí que firmé, en la que se aclaraba que
mi despido era improcedente y no
había rastro del ataque de la anterior. Cada vez la cosa olía peor.
Imagino que como
sabían que lo de la suplantación no era
legal, me ofrecieron la indemnización total e incluso otro puesto de
trabajo en otra estación de servicio a 15 kilómetros de mi ciudad, de turno
rotativo de noche a 40 horas semanales y lejos de estaciones de tren y bus; y
conscientes de que yo no tengo vehículo, ni siquiera barajaron la posibilidad
de enviar a la persona que me suplantaba, la cual sí tiene. “Piensa que hoy en
día es una suerte tener trabajo, chaval”, me dijeron de manera sugestiva para
quitarle importancia al hecho de que me estaban echando injusta e ilegalmente
del puesto que me correspondía.
Siete años de hacer
turnos de noche y empalmar al día siguiente sin ni siquiera 8 horas de descanso,
venir casi inmediatamente cuando alguien se ponía enfermo en los días que
libraba, de venir a hacer pruebas con los surtidores de gasolina -tarea del
jefe de estación- sin ninguna medida de seguridad, y hacer innumerables turnos
extra que luego no se pagaban por error y había que reclamar con horario y
nómina en mano. Curiosa manera de agradecer y valorar la efectividad y
predisposición a ayudar.
El caso es que
mientras firmaba el finiquito mi jefe se
comprometió (eso sí, de manera verbal) que puesto consideraban que era un buen trabajador y mis circunstancias
habían sido duras sería el primero en ser
llamado para cubrir vacaciones y bajas. Mi sorpresa ha sido que de los tres
puestos que se necesitaban para este verano ninguno me ha sido asignado. Más de
un mes hace que fui a ver a mi jefe para preguntarle si contaba conmigo, dijo
que estaba en manos de su superior y prometió llamarme en cuanto supiera algo. Al
poco me enteré de que ya estaban en plantilla dos chicas y, para evitar
conflictos y contentar a la representación sindical, un chico amigo del enlace
sindical (al cual lo cogieron robando mil euros de la liquidación, pero esto no
es sancionable). Preferencias de género y ahorrarse problemas con el sindicato,
deleite personal y aparente astucia. Tras un mes sin noticias, llamé a su
superior y la información que me dio no acababa de cuadrar con las excusas de
mi jefe; además se limitó a decir que “ahora hay un sistema de selección más
complicado” proceso que sé que no han tenido que pasar al menos dos de los tres
empleados de verano y a mí ni siquiera me han dado la oportunidad. Llevar seis
años en la empresa, ser fiable y ser considerado válido cómo trabajador no son suficientes
causas para merecer un puesto al que alguien puede optar sin ni siquiera saber
escribir.
Cansado de esperar, fui
a hablar con él y ya lo miserable llegó a su cénit: desmintió que se comprometiera en su día a volverme a contratar,
que él nunca había dicho nada semejante;
la razón era que supuestamente acabé mal
con la empresa, que lo de la suplantación era una fantasía mía y añadió nuevos motivos para respaldar el no merecer
ni el puesto de suplente, que es lo que yo mendigaba: por ejemplo una falta de interés y una conducta
inadecuada en mi última época, aprovechando que yo no pasaba por un buen
momento; que la reacción de mi padre,
extrabajador jubilado de la empresa y sindicalista que trató el caso con la
experiencia de la que yo no disponía, influyó
negativamente en mi relación con la empresa; o el hecho de que delante de
su superior yo dijera que para mí la empresa no era una prioridad intentando
defenderme, acorralado y sin esperanza, después de que mi jefe me acribillara,
para demostrar su supremacía, enumerando las cosas que yo hacía mal durante el
trabajo. Ya ni mi experiencia, ni mis años en la empresa, ni yo como
trabajador, valían nada. Y lo mismo ha pasado ahora que ha habido una baja de
maternidad; promesas que eran palabras y se quedaron en eso. Después de llamar
a su superior para preguntar si realmente había algún problema conmigo a la
hora de hacer esa suplencia, al fin pareció que iba a barajarme como
posibilidad… pero ¡Ah, amigo! Ahora la pelota se la ha pasado a la empresa,
alegando que en recursos humanos no han aceptado mi readmisión (Añadir música
de Game Over). Quién sabe si en su día ya me crucificaron con notas negras en
mi expediente. Y ahí ya no hay a quién quejarse… las puertas están cerradas. He
de añadir que el proceso por el que me he enterado de la ruin noticia no es
nuevo: ni siquiera se ha dignado a llamarme para decírmelo y me he tenido que
enterar por mis excompañeros –presenciándome yo en dicha gasolinera- de que ya
había otra persona en mi lugar.
Pese a que me siento
como una mierda, infravalorado, malgastado, usado, cabreado y como un tonto por
mi credulidad en las palabras que confiaba, hay una gran verdad entre tanta
mentira: se ha utilizado el engaño para lavar la conciencia y practicar el
ejercicio de darme la patada. Me
prometieron la readmisión simplemente para que en su momento no denunciara, y
ahora que estoy fuera de la empresa y no puedo hacer nada, me tildan de
mentiroso y de haber “acabado mal con la empresa” e incluso de racista. Un
aplauso, muchachos.
Lavarse el culo con
las promesas y reírse en la cara de la gente denota que la dignidad, hoy día,
está a precio de saldo.
Este es mi caso
personal. No es una venganza, ni despecho: simplemente mi experiencia. Y si he tardado tanto en publicarla es porque
sentía que todos habían dicho su última palabra, menos yo. Al menos mis
palabras son verdad. Espero que el puesto de mi hermano, que actualmente
trabaja allí, no se vea afectado negativamente por esta carta, ya que como la
supuesta reacción “fuera de lugar” por parte mi padre decantó la balanza hacia
la decisión de prescindir de mí, no vaya a ser que lo suplanten a él también.
“Porque tú vuelves” es el eslogan que proclaman las tarjetas que afianzan a los
clientes a la marca que pertenece esta estación de servicio, invitando a la
gente a depositar su confianza. Tiene gracia.